2008/10/02

Ana (Carta de los chicos )

Me pongo a pensar si alguna de estas personas que depositan sus cartas sobre el escenario, estaran por convertirse en algún momento en héroes indelebles de mis letras. Sus espectros comienzan a rondarme como fantasmas a la hora de la cacería espectral allí cuando los halcones de la inspiración poética, sobrevuelan la llanura de lo posible y salen a cazar alguna de sus presas. Transcribo casi literalmente la carta de Ana. “ Llegar a la Argentina después de más de siete años de exilio español fue una especie de orgasmo: inmensa felicidad y placer en el momento de llegar al Aeropuerto, en el preciso instante en que las ruedas del avión hicieron contacto con el suelo sentí que todos mis poros se abrian para vivir una renovada etapa de mi vida. Pero, algo en mí ya me lo había advertido, esto solo podía durar unas pocas horas. No bien el avión deposito su fuselaje en la pista y ese orgasmo del que hablaba antes se fue dispersando entre el celeste de un viejo cielo conocido, muy nerviosa casi corriendo me puse a buscar un taxi que me llevara a recorrer la ciudad. Las tres primeras cuadras contenían el silencio espeso que antecede a las grandes tormentas en este caso de carácter meramente emocional, y así fue. El grito aterrorizado de los secuestrados de la ESMA me atravesó la medula. Desde España los relatos acerca de la tortura y la desaparición sonaban mal, diría que eran de algún modo insoportables de asimilar como algo verdadero pero el aire del Rio de la Plata me los trajo frescos como si fuera un crimen recién cometido. Un crimen cometido mañana. Poco pude disfrutar mi regreso al país. Solo el encuentro de algunos seres queridos, de los pocos que quedaron. Después como a muchos de los que retornamos, la sombra de la dictadura, las miles de cuestiones irresueltas, nos afixia casi del mismo modo de cuando nos fuimos. Volví a Buenos Aires con Sergi, el fotógrafo barcelonés con el cual he trazado un grueso vínculo amoroso. Como Luca Prodan también Sergi era un prófugo terminal del alma negra de las amapolas. Nuestra primera incursión fue a la Patagonia, pensábamos instalarnos en Madryn y vivir de las artesanías en cuero que los dos fabricábamos, eso más algún de los laburos de Sergi con su cámara nos daría de comer. Estaba obsesionado con fotografiar a las ballenas. Parecía que el aire del sur le sentaba de maravillas. Hasta que llegó Jordi con su pesado cargamento de heroína. Sergi comenzó poco a poco a volver a subirse al caballo sin que yo lo pueda detener. Días aciagos trascurrieron en mi sudorosa piel. Sergi encanutaba muy bien las dosis que Jordi le dejaba, las distribuía con sumo cuidado en distintos rincones de la casa para darse un chute sólo cuando ya no podía más. Su “disciplina” llegó al punto de enterrar papeles y jeringas en la playa. Nosotros viviamos a casi cien kilómetros del mar. Así que cada tanto Sergi tomaba la camioneta y se iba a la playa. No importaba la hora que sea. Una noche mientras viajábamos rumbo a la playa, Jordi encenció la radio y la voz elegantemente oscurecida de un tipo que aullaba …Preso en mi ciudad/ ah ah ah , casi ya no llora/ atrapado en libertad… nos conmovió hasta tal punto que Sergi comenzo a llorar. Llegamos a la playa y mientras linterna en mano buscábamos el sitio en la arena donde Sergi había enterrado el canuto, no dejamos de ronronear la magnética melodía de la canción que acababamos de escuchar. Nos llenaba de una cicatrizante miel negra el pecho, suturándonos el dolor con su encanto de exótica melancolía. Creo que fue la última vez que encontré algo de paz en la mirada de Sergi. Al día siguiente pasamos por la FM de Madryn para ver de quien era el tema. Un introvertido operador nos mostró la tapa negra de Oktubre. No dijo no saber nada acerca de la banda solo nos dijo que era un disco que el hijo del dueño de la radio había traído hacía muy poco de un viaje por Buenos Aires. Fue amor a primera vista. Pese a mis intentos de internar a Sergi, no pude lograr que se atara a lo que le quedaba de vida. Después de él, sola me vine otra vez a Buenos Aires al viejo San Telmo donde había pasado mi infancia. Podría decir que Los Redonditos cubrieron bien el hueco dejado por Sergi. Confieso que en madrugadas de alto dolor he llegado a borrar las pistas de los discos de tanto usarlo. Gulp! y Oktubre, Gulp! y Oktubre. Estuve varios meses encerrada en una pieza de San Telmo sin ver a nadie hasta que mis hormonas femeninas en un furioso arranque salvaje me pusieron de nuevo en la calle. Los ochenta en Barcelona habían transcurrido con un trajín noctámbulo que dejó sus huellas y sus vicios. Muchos nos preguntábamos como había sucedido que niños de la Acción Católica devenidos soldados de la Revolución con la carga de disciplinamiento que ambas cosas nos otorgaban, nos encontraramos en el paraíso del reviente europeo tan consustanciados con la idea de explotar a fuerza de interminables ingestas de drogas y alcohol. El cuestionamiento duró un breve lapso, si bien entre bar y bar nuestra mente seguia marchando el paso del más duro peronismo de izquierda y el cuerpo de los compañeros muertos caía en nuestro interior como en una tumba irredenta, cuando llegábamos a la barra a pedir más tequila nos desmoronábamos ante los pies de un nuevo compromiso: ahora con la perdición. Creo que Fabiana tenía razón cuando decía citando a Cernuda que: “…solo somos eterna carnadura de dolor volando en la voz baja de los que ya no están…”.
Deambulé muchas noches en la city porteña sin encontrar muelle donde anclar, no podía soportar cierta frivolidad que provenía directamente del nuevo juego de la democracia, no podía ver esa felicidad falsa y acartonada de la que eran fiel reflejo, Los Soda Stereo, Los Abuelos de la Nada y Los Twist, con la muerte que todavía sobrevolaba el país. Me preguntaba si no tienen miedo de mientras bailan resbalarse en el charco de sangre y desnucarse. Los Redonditos de Ricota eran mi unico consuelo ¿pero donde estaban? Tarde meses en toparme de nuevo con la Negra Stevenman, Marquitos Mayor y la Bestia Suarez Lima y toda la barra de encantadores desencantados que paraban en “Tu última misa”, ese bar de psicodelía tanguera de la calle Puán. Ahí hice contacto con la gente que yo estaba necesitando para mi vida, con la gente necesaria para salir a defender nuestras ganas de vivir, creo que no es necesario aclarar que el nexo coordinante de nuestros espíritus eran dos exclusivamente dos: los Redonditos de Ricota y la revista Cerdos y Peces. Por primera vez desde mi regreso a la Argentina me sentía en órbita, sentía que algo a mi alrededor me estaba acompañando, la risa con brillo de daga de la Negra Stevenman cortaba en dados toda mi pesadumbre, la verba psicópata y autentica de la Bestia, se han convertido en salmos de mi nuevo evangelio y los placeres de Marquitos Mayor tambien son los mios. Con ellos llegue a las puertas de lo que considero el único lugar de Buenos Aires donde se puede habitar con alguna felicidad, un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Bambalinas, Casa Suiza, Gracias Nena, no importa el lugar para que esa banda de la ostia como dicen en España, nos vuelva a romper la cabeza una y otra vez. Largas conversaciones hemos sostenido con los chicos tratando de desentrañar el misterio que envuelve a los Redonditos y sobre todo al Indio Solari. Por suerte nunca nos hemos acercado a lo que podría decirse una verdad. En reuniones, que mis antojadizas comparaciones me hacían ver como los encuentros en Rayuela de El Club de la Serpiente, la Bestia arriesga reflexiones de índole sociológicas empapadas en gintonic, la Negra habla de pares pérdidos en el reverso de un trip tribal histórico genético, Marquitos con más tino creo habla de una banda de rock de la san puta, que me hablan de los Rolling y los Pink Floyd suele enfatizar para rematar su bravata con un los Redonditos carajo. La carta de Ana se extiende en consideraciones personales hacia sus amigos que no vienen al caso para este diario, o si, pero tengo sueño para seguir escribiendo igualmente leo con fruicción los lazos de amor que le adjudica pura y exclusivamente a la magia que los Redonditos de Ricota pueden producir en un pais devastado por sus progenitores. Creo que por primera vez, con esta carta, tomo conciencia de que formamos parte de una hermandad secreta, (estas palabras son ya, antiguas palabras de Poli de las cuales nunca me quise hacer cargo como si temiera que esto fuera verdaderamente así), de cientos de huérfanos a los que no le ha quedado ningún lugar a donde huir.

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