2008/10/06

Borges

Me recosté en el sillón a dormir la siesta. Puse la radio baja para que esa letanía insípida y chabacana purifique un poco ni negro estrés poético. Necesito un poco de frivolidad, de hielo seco para distraer las hemorragias de palabras y las locas avalanchas de sentido y sinsentido, que por estos días estan atravesando todo la extensión mi continente mental. Estaba por caer en un breve pozo de sueño cuando escuche que acababa de morir en Ginebra, el viejo Borges. No sentí pena ni nada soló una frenética manía por enumerar todas las charlas que ya sea con Kleiman con Rosso o con Enrique hemos sostenido en torno a la figura de Borges. Una a una fueron pasando como diapositivas hasta detenerse en Kleiman envuelto en una bufanda roja en una de las mesas del Británico. Esa noche nos deslumbró a todos con una brillante y geométrica analogía entre las pesadillas de Funes el memorioso y los efectos insomnes de la merca. Alguien contó, seguramente el mismo Claudio que Borges alguna vez jaló una que otra raya y a su parecer le parecio una golosina mentolada que no le produjo ningún efecto. Por primera vez desde que nos conocemos tanto Enrique como yo, teniendo mucho que aportar al tema en cuestión, nos quedamos mudos, dejando que fluyera como un oráculo revelador las palabras de Kleiman. Enrique lo terminó puteando porque dijo que eso lo tendría que haber pensado él – No vos Claudito.
Después de la noticia de la muerte de Borges debo confesar que cierta estúpida solemnidad se planta en mí como siempre ha hora de la muerte de un escritor- abandoné la idea de la siesta para buscar entre mis libros alguno de Borges. Leí un poco Ficciones y recordé las discusiones que hace no muchos años se suscitaban en torno a la figura de Borges. Estaban los que defendía a ultranza su literatura por sobre todas sus miserias y los que lo condenaban sin vueltas como a un facho irremediable.
Fui hasta uno de mis cuadernos y donde tenía escrito “los ojos bien abiertos”, le inserte entre “ojos” y “bien” la palabra ciegos.

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