2008/10/10

The Cure en Ferro

Pese a todo – a mis primeras negativas y después de varias insistencias a mis aceptaciones en suspenso- Poli – mujer obsecada si la hay- nos llevó a Ferro. Ella se encargo de ir a comprar las entradas y de arrastrarnos hacia un taxi que nos dejó en las inmediaciones de Caballito a pocas cuadras del estadio. Yo le he explicado en más de una oportunidad – sobre todo cuando pone discos de The Cure y me mira como esperando algún comentario que surja de mí - que no me banco esa cosa existencialista del dark, ese continnum de lamento degollado. Y le explico que no los tildo de existencialistas solo por que su último hit “Matándo un árabe” esté inspirado en un libro de Albert Camus, no ese facilismo, no, la cuestión es más de fondo, en los estribillo en esa cadencia de eterna problemática adolescente que añora como campo de solución, el suicidio, la muerte. En más de una ocasión he vuelto a afirmar que si formamos parte de la cultura rock como creemos, es solo para remendar esas heridas inevitables, por lo cual todo ese papo de tristeza letárgica de los ingleses sería la antítesis de lo que consideramos rock.
Pero no se ven demasiados shows internacionales en Argentina. Así que fuimos a ver como sonaba esa banda inglesa.
Poli es fanática de The Cure y hace bien en apropiarse un poco de ese glamour oscuro de los dark, con ello logra dulcificar un poco sus zonas macabras de psicokiller bajofondera. En ella, bajo su piel dura de pantera, entre la sombra de sus garras y sus dientes, la verdad, las penitas existenciales, trocan en sofisticada ironía.
Después de tomarnos unos buenos tragos en el depto. de Skay & Poli, bajamos y nos tomamos un taxi para Caballito , bajamos cerca de una pizzería a cinco cuadras de la cancha. Les dije que por nada del mundo me iban a ver haciendo cola para entrar al estadio. Que ni lo sueñen. Poli comprendió enseguida que esta vez era rotundo con lo que decía y que no iba a haber forma de hacerme cambiar de idea. Con mucha cancha lo aceptó. Decidimos que nos quedariamos tomando algo, en la pizzería, hasta que entrara toda la gente al estadio. Pedimos cerveza y fernet. En los primeros tragos busque salirme de las circunvoluciones internas de mi cerebro que me internan lejos del olor a la realidad y me convierten en un fantasma invisible. Me dispuse a salirme de mi mismo, desintrospectarme y sentir el juego de vanidades estéticas que se daba cita en la veredas de todo Caballito. Desde mi silla en la pizzería comencé a divisar la diversidad del zoo urbano que acudia al recital. Esta noche parecia que todos los jóves y no tan jóvenes estetas se habían dado cita en Ferro. Pululaban punks de todas las edades, los más sanitos, en ardua competencia por el largo de su cresta, homéricos engrudos de Lord Chesseline se elevaban desde la base de sus cabezas semirapadas, las crestas verdes le ganaban a las anaranjadas que parecian más femeninas, entre los punks más reventados la competencia parecia tener que ver con ver quien iba con más Artane, Rhoypnol o Cyclopentolato encima, en una épica esperpéntica de barbitúricos, las rodillas se le doblaban a cada paso marcandole un contoneo bastante gracioso. Pensar que todo eso Luca lo vivio hace casi diez años en Londres. Pibe y pibas bien, extraídos de los algodones más pomposos de Barrio Norte con la estampa de Sid Vicius en pecho como cifra de toda rebeldía, increíbles gatas enfundadas en cueros negro y maquilladas para la ocación en grupos de a seis o siete que parecían sacadas del back stage de Blade Runner, heavies escabiados hasta el alma con vino barato o con ginebra, con el inconfundible paso pesado del borrracho gritando por la calle con esa voz aprisionada de cencerro mal golpeado que solo los desangelados del gran Buenos Aires tienen, modernos de todo tipo maquillados de blanco y con los ojos surcados por delineadores negros o rojos, con el tic constante de mirarse en los vidrios y arreglarse sus pelos con spray. Estaba absorto, apabullado ante tanta producción estética. Poli y Skay seguían dándole de beber fernet a sus palabras mientras yo me ponía a comparar a esta gente que había invadido Caballito con los pibes que están viniendo a nuestros recitales. Por lo general un jean gastado y una camisa transpirada es la camiseta de nuestro público. Nuestras chicas si tienen un poco más de charme con sus camisolas hindúes o algún cuero caro rehenes de una noche de lujuria.
Por fortuna después del recital, un tachero que de casualidad pasaba por ahí nos levantó en medio de una batahola infernal, un quilombo padre, de corridas gritos y algunos gases no se sabe todavía muy bien por qué fue originado. La parte más sangrienta de la batalla estuvo dada en la calle adyacente a las plateas donde los chicos se trenzaron duro con los ovejeros de toxicomanía. Algunos medios registraron en sus notas que varios de estos perros terminaron destripados.

No hay comentarios: