2008/10/13

God

Eran los ingleses, querramos o no, una venganza dentro de la pequeñez del fútbol, pero lo estabamos esperando, sabíamos que ganarle a los ingleses tendría una implicancia mayor al la que se obtiene en el mero triunfo de un macht deportivo, así que al menos a mí me había entrado una urgencia terrible por ganar y un terror único por que nos dejen afuera del Mundial.
La soda que diluía el Gancia me había hinchado un poco, estaba molesto y no sabía como acomodarme en el sillón. Con ese fastidio me encontraba cuando Diego saltó con Shilton. Skay, que desde hacía un rato nos miraba como a extraterrestres por vernos con la tele y la radio encendidos al mismo tiempo, con su inocencia en cuestiones de fútbol dijo -Pucha lo metió con la mano-.
Para mi fue eterno el tramo de tiempo que pasó desde que la pelota cruzo la raya hasta que me aseguré, buscando con vista obsesiva las señas del línea y del árbitro, que ahora sí indicaba con el índice y corría hacia el centro del campo y que habían convalidado el gol. No habíamos terminado de festejar con un estruendo brevemente interrumpido por la duda y de explicale a Skay que un gol con la mano a los ingleses es doblemente glorioso que nos sumimos en ese plano mayor del éxtasis que fue el segundo gol de Diego. La jugada me había hecho que me fuera levantando poco a poco del sillón como si fuera parte de la coreografía de un mimo. Fui aproximándome a cada tranco de Diego y a cada inglés que iba cayendo vencido e impotente sobre el césped mexicano hacia el aparato de televisión hasta quedar en el último quiebre de cintura de Diego con la cabeza pegada a la pantalla. Solté uno de los alaridos más estridentes que di en mi vida. Música, creo que siempre voy a ver ese gol como música, forma pura. Cada toque imperceptible que Diego le daba a la pelota mientras avanzaba hacia el arco inglés, dejando a cada uno de los defensores que eliminaba como en un rapto de paraplejía, aumentaba un crescendo melodioso que iba componiendo una obra maravillosa única y definitiva.
Cuando terminó el partido me tomé dos sertal y dos novalginas. Más tarde nos fuimos a ensayar henchidos de victoria, gordos de placer. Semilla improvisó una base después de “Yo no me caí del cielo” donde coreamos el nombre de Diego hasta terminar el ensayo como una hinchada de locos encerrada en un sótano.

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