2008/11/04

Alta en el cielo

Hoy me puse a pensar que significa realmente que en los últimos shows hayamos nos hayamos despachado con el Himno Nacional y Alta en el cielo. Algo en mí se pregunta si nos hemos vuelto unos idiotas nacionalistas.
Enseguida me surge una explicación sencilla. Esto del himno no pasa más allá del capricho de Skay que se puso a joder con la guitarra y le parecieron que los sones épicos de las marchas quedaban lindos para la introducción de un rocknroll.
Nadie puede solemnemente encaramarse emotivamente con Alta en el cielo y después abandonarse al compás sucio de Un tal Brigitte Bardot ¿Nos damos cuenta donde empieza el show? ¿Dónde empieza a asomar el cabaret político? Creo que sí.
Ni bien llegó Alfredo a casa le solicité su opinión al respecto. Rosso hace gala permanentemente de un espíritu sardónico es un tipo muy socarrón al que hay que embestir unas cuantas veces antes de que se largue a hablar en serio. Comenzó de boutade en boutade a complejizarme con cosas tales como “nazi”, “Milico”, “Rimoldi Fraga”. Llegó a violentarme hasta tal punto que lo eché de casa. En ese momento me costó comprender que me estaba finamente tomando el pelo. Encaró con el sifón para el patio, señal clara y prolegómeno de altos coloquios.
No sé muy bien que sucede con esto del himno- dijo- pero te puedo asegurar que los pibes abajo del escenario ponen el mejor rostro de patriotas, los mismos que en el secundario no dejaban de cagarse de risa en la formación ante la poesía de Vicente Lopez y Planes, ahora parecen soldados de los Redondos.
El frío se cernió sobre el patio, sobre todo Ramos, pero Rosso y yo seguimos firmes en torno a la mesa, al vino con soda y los Gitane. Llegamos a la conclusión de que la cifra de la patria es el dolor, ninguna bandera, ningún presidente, ningún prócer, es la angustia de estar vivos codo a codo en esta misma baldosa y que necesitamos una simbología que represente todo ese dolor y toda esa angustia, como señal de la miseria, el hambre y la ignorancia, un color, una bandera que nos unifique en la desgracia.
Sospechamos con Rosso que los Montoneros tenían razón en descreer tan radicalmente de la democracia. No existe representación posible alguna cuando los destinos están cada vez más jugados sobre el despacho de dos empresarios gordos, ansiosos de quedarse con el pastel. Le dije a Alfredo que no debe estar lejos el tiempo en que los ricos detenten una bandera exclusiva y los pobres con los retazos de su miseria otra. Todo sobre el mismo suelo. Y la clase media? preguntó Rosso, de que lado se embanderaría?.

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