2008/11/04

Carapintadas

Pasé por lo que Enrique llama la redacción de “Cerdos & Peces”, esa pecera de aguas turbulentas y vientres enlodados donde habita, como dicen los vecinos de la zona, “el pecado”. La imagen que brindaba Symns me sorpendió por lo anómalo de su postura física y me sobresalto, enseguida me dí cuenta de que algo fuera de lo común estaba pasando. Su cuerpo se contorsionaba molesto sobre una banqueta agachado contra la pared dándole golpes a una vieja radio a transistores que desde hacía años no era puesta en uso. Me pregunté que podría ser tan importante para que Chinasky se ponga tan loco con la sintonía de una radio que se negaba a emitir una voz clara. Me miró con un pesado dejo de amargura y enseguida oprimió el gatillo de su furibunda ametralladora verbal para dar cuenta del episodio con carácter nacional que todos los medios del país estaban bautizando como el levantamiento de los militares llamados carapintadas. Una mezcla de calor y frío se hizo presente en mi cuerpo, sentí ventiscas del pasado en forma de pequeños deja vu concientes que me pusieron al borde de un estremecido colapso. El nerviosismo de que era presa Enrique me era retransmitido en forma tormentosa y espásmica. Su agitación era, podría decir, la mía. ¿Por qué un kamikaze de su talla se encontraba así, acaso no se solucionaría todo esto pronto? ¿Por qué un lord de los pantanos detenia tan abruptamente la comezones de su vida solo por una escaramuza de cuarteles? ¿Qué temores habían copado de esa forma sus arterias invencibles de freak porteño y habían hecho de mí su espejo? Rearmé toda la situación en mi cabeza con rapidez con los pequeños retazos de información que Henry en sus lejanos pero estridentes balbuceos me había otorgado. Lo hice para proveerme de frialdad y no dejarme llevar por el vértigo de tan mala noticia.- Dejate de joder, Chinasky, no pueden volver, así por que sí, esos milicos de mierda no pueden volver. Cuando intentaba calmarlo entró Levinas con un .38 calzado en la cintura y la culata de otra matraca de menor calibre asomando por el bolsillo del saco. Nos invitaba, es una forma de decir a ir hasta el Regimiento. Vamos que el pueblo va a copar los cuarteles, arengaba. Todo esto parecía demasiado pesadillezco para ser verdad, un film tenebroso y totalmente inesperado. ¡Estarían los milicos complotando para un golpe o sería la pura y ezquizofrénica paranoia de esta manga de locos! Enrique consiguió que el enchufe de la radio haga contacto otra vez y se reactivara la voz del locutor y allí escuché que decía que las negociaciones entre el presidente Alfonsín y el grupo carapintada eran cada vez más tensas, que el gabinete gubernamental se encontraba en estos momentos reunido en la Casa Rosada esperando tomar una decisión urgente. Ahí recién caí en la cuenta, escuchando la voz engolada por las circunstancias del periodista radial, de que ni Symns ni Levinas estaban jodiendo. Enrique me volvió a mirar con una gravedad difícil de explicar, Gabriel Levinas puteaba y puteaba, contra los milicos, contra Dios , contra todo el mundo y yo no pude ser menos y comencé a sacarme la carga de tensión que en pocos minutos había acumulado en mi cuerpo, tronando en anatemas similares a los que profería con cada vez más fuerza y odio Levinas. Me asomé por la ventana del edificio y vi la breve panoramica de la ciudad como un cuadro de comic, hinchada de rabia, furiosa y palpitante, todo ese encrespamiento de los pelos de la fiera no ocultaba para nada su vulnerabilidad. Henry, sacando de un zarpazo el arma del bolsillo de Levinas me pasó la veintidós y me la quedé mirando.

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