2008/11/24

Elogio del bailarín catapulta

El Tomi siempre me resulto ser un dibujante revelador. Su talentoso lápiz, el trazo sugerente con capacidad para convertirse en escalpelo de profundidades siempre me ha llevado más allá de la interpretación de lo que se supone como un simple cuadrito de comic. Hoy por ejemplo leyendo “Polenta con pajarito” una de sus últimas creaciones, donde unos querubes de no más de 4 o 5 años dentro de un esquema de tensión de extrema plasticidad, peleaban por sus juguetes, me vi insólitamente reflejado y de esta manera caí en sucesivas deliberaciones . Dándole continuidad en tres grandes viñetas dibujó a uno de los pibitos (mocos colgando, pañales e inconfundible mechoncito de pelo cayendole sobre la frente) girando sobre uno de sus pies para soltarle con un largo trencito de metal un terrible latigazo sobre el rostro del otro chico. El balanceo en el que quedó suspendido el pibito del tren fue el que me llevó a reflexionar como si entre una y otra cosa se erigiera algún tipo de paralelo, en las nuevas mañas de mi lenguaje corporal sobre el escenario.
Entre otras cosas, les he respondido a los amigos a Skay sobre todo que me cuesta saber de donde proviene el carácter de mi danza. Me gusta ridiculizar su génesis a través de explicaciones fantasisamente técnicas, enmarañar todavía más el enigma al que estan sujetos mis bailecitos. A Rosso le he dicho en alguna oportunidad que cierto desplazamiento sobre escena no es sino un desprendimiento tanguero adaptado al teatro de la crueldad. Una aplicación dinámica de proyección ergonométrica procedente del corazón sonoro de la banda. Tomando el tema con algo de seriedad, en la soledad de mis cavilaciones, me he dicho que el “bailarín catapulta”, esa figura que creo cuando empiezo a girar semiagachado con los brazos extendidos hacia adelante tendería a ser el compás de inercia que me provoca la rítmica de la música que destila Skay, su más cabal representación física al menos la que yo me atrevo a dibujar en esos pases de caprichosas contradanzas. Igual que cuando me articulo en movimientos quebrados al mejor estilo Robocop como si de a poco a cada paso me fuera desmembrando y al siguiente me volviera a armar. Criminal Mambo es el caso más visible de este tipo de interpretaciones que nace de mi cuerpo y que sin lugar a dudas es la continuidad de lo que surge del diapasón de la guitarra de Skay.
Nunca sufrí el pánico a las manos vacias que padecen muchos cantantes, varios de ellos han tenido que recurrir a algún instrumento como una pandereta para entretener sus brazos. A mí nunca me ha pasado, aunque no por ello he dejado de blandir una pandereta. Es más me molestaría mucho tener algún instrumento encima. Creo que me le restaría mucho al sujeto de mi expresividad. Desde que Enrique Symns transmutado en Vera Land para diversificar el staff de la Cerdos escribió intentando describir mi gestualidad escénica que me parecía a alguien “cortando bloques invisibles” yo también soy ahora uno más de los que más se asombra por el carácter excéntrico de mis bailes. Estos ladridos del esqueleto, al ser por definirlo de algún modo, incesante instinto buscando perseguir el espíritu fugaz de los acordes, siempre me dejan próximo a la improvisación constante, al desafio de ver como configuraré el próximo garabato o mejor dicho a donde me llevan los caminos empáticos del reflejo de mis músculos. Aunque podría decir que ya no tanto, que ya me he creado unos cuanto cliches como los que invariablemente ejecuto desde hace algún tiempo en el Puticlub, en JiJiJi y en algún otro tema. Pero con los nuevos temas del repertorio me sorprendo a cada rato ejecutando cabriolas inesperadas. Hay uno al que le estamos terminando de dar el lustre final, una especie de homenaje a Luis María y a todos los que padecieron y padecen el oprobio del encierro carcelario y las detenciones que creo va a llegar a marear al “bailarín catapulta”. Allí donde la viola de Skay se acelera igual que si estuviera surgiendo del más veloz de los orbes del hardcore.

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