2008/11/04

Muerte de Luca

Llegué a tiempo a la Chacarita. Estoy tan absorbido puliendo las letras del nuevo disco que tarde mucho en encontrar la notita que Rosso, varias horas antes, había dejado deslizar por debajo de mi puerta dándome la triste noticia de la muerte de Luca. Aborrezco asistir a los velorios si no es de gente vieja. No me banco el furgón insobornable de la muerte llegando a destiempo, arrastrando sangre joven a la tumba, no me banco la impotencia de no poder remediarlo y no se que carajo pensar ni decir en momentos como estos. Me torno frío y silencioso como una única respuesta irónica de mí ser ante acontecimientos de esa talla. Viendo que no llegaba a la casa velatoria me tomé un bondi directo al cementerio de la Chacarita donde me decía Alfredo, lo iban a enterrar.
En la puerta del cementerio me topé con Andrés Calamaro. El muchachito me saludó como si me conociera desde siempre y junto llegamos hasta donde iban a enterrar al Tano. En el trayecto mientras saltábamos cruces caídas, Calamaro, el frívolo niño Calamaro no paró de llorar y de tragar moco caro para sus adentros. Por un momento su imagen me conmovió, luego de resbalar su cuerpo cayó en una fosa sus brazos embarrados se extendía pidiéndome ayuda. Estamos tan cerca- dijo- y los raybans negros se le abrillantaron como cucarachas.
La muerte de Luca nos cayó por sorpresa, es verdad pero eramos varios los que como yo intuíamos que al igual que un poderoso volcán de paredes resquebrajadas el fabuloso Tano podía estallar en cualquier momento, era denso el magma que habitaba dentro del corazón del Tano. Mucha Londres animal. Mucha singladura de bares. ¿Cuánto punk aguanta un cuerpo? ¿Cuántos kilos de desorden y dolores aguanta la frágil bolsa de piel humana?
Saludé a Roberto Petinatto, el hombre de la barba de dos puntas, que siempre muy cerca del cajón que contenia los restos de Luca no paraba de hipar como si esto fuera un extraño modo del llanto. Los pibes que habían copado el cementerio me resultaban familiares, como si los conociera de otro lado; camperas de jean pintadas en sus espaldas con lenguas stones o con los colmillos de elefante del logo de Sumo, las zapatillas All Star, los pelos largos, la mirada profunda y el andar fumón. Son los mismos pibes que desde hace un tiempo nos vienen a ver a nosotros. Los que cada vez en mayor número estan copando nuestros recitales. Por suerte ninguno se acercó para hablarme. Sus caras atribuladas por la muerte de Luca daban cuenta enseguida que no estaban de ánimo para saludarme, a mí ni a nadie. Era bastante conmovedora la escena de esos pibes llendo de acá para allá dentro del cementerio. Me da un poco de pánico hablar con los chicos. En realidad no se bien que decirles. Me puse al lado de Semilla y de Lalo Mir, el silencio se hizo más silencio cuando el cajón comenzó a desaparecer bajo las paladas de tierra. La modulación mantra de Morrison cantando “Riders on the Storm” ocupaba mi cabeza como si en esa canción que inconscientemente apareció en mi cabeza de un momento para otro estuviera cifrada algún tipo de despedida y epitafio. Chau Luca nos veremos en el infierno.
El colectivo de vuelta salió llenó, me senté con Semilla y a los pocos segundos de acomodarme a su lado me dijo que para él habia muerto un prócer (sic). Me preguntó cual era mi tema preferido de Luca. Le dije que Crua Chan y Lo quiero ya. Nos quedamos en silencio hasta que terminó el viaje. Todavía no entiendo algo que me dijeron en la Chacarita, una voz sin rostro que se poso cerca de mi hombro y me habló al oido. ¿Cual es el legado de Sumo que yo debo continuar?

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