2008/11/24

Obras adentro

El Soldado es el encargado de establecer la música de fondo hasta que el verdadero show comience, mientras termina de ajustar los últimos detalles concernientes al sonido y de revisar las vallas que nos separan del público intenta seleccionar con la mano que le queda libre un par de temas del más excelso rock and roll antes de que salgamos a tocar. La gente ya lo conoce y le sugiere a pura vociferación que pase a los Doors, a Zeppelin, “poné a Hendrix, Soldado” le gritan .
A eso de las 20 abrieron las puertas. Media hora después salí de los camarines para ir a observar el aspecto de “la visita” con sutileza me oculté detrás de la bateria y me dispuse a pispear a los recién llegados. Los primeros que entraron lo hicieron con una intrigante parsimonia. Se sentaron en círculos sobre la cancha de basquet a esperar que comience todo. Enseguida más gente y allí sí más agitación que se iba contagiando de unos a otros, como si cada uno de los grupos que ingresaba a Obras debiera mostrar una vieja pertenencia hacía la banda exteriorizando todo tipo de pasiones sobre todo con cánticos, manifestación ostensible de excesos y miradas sabedoras de todo los concerniente a la galaxia de cómo dice Poli, los malucos. Observé los primeros remolinos humanos bailando con un tema de Sumo. Un poco más acá de donde se concentraban los más vivaces me sorprendió una cantidad de pibes y pibas que por sus modales y ropas no pertenecían a las tropas profundas del rocanrroll. Se los veía demasiado cool, muy bien vestidos y con todo un aire de provenir de estos barrios aledaños. Los más próximos a mi visión , ostensiblemente alterados por los productos se mostraban las marcas que habían quedado en sus venas.
Poli llegó con tres botellas de fernet que consiguió en el bar del club. Ya se había hecho de noche cuando el Vikingo que venía de la calle nos contó que la cola superaba las dos o tres cuadras, que por ahora todo estaba en orden y que los más quilomberos eran unos pibitos de menos de veinte años que se habían trepado al alambrado y desde allí arengaban a los demás a cantar canciones de su propia invención. Nos sentamos con Skay a repasar la lista de temas, mientras pensábamos en los posibles bises comenzaron los cánticos cada vez más fuerte dentro del estadio. “Esta hinchada está reloca/ somos todos redonditos/ redonditos de ricota” un estribillo por el estilo que por momentos, atronaba. Afuera también cantaban siguiendo lo que escuchaban desde adentro. A más de una hora para que arranquemos, la fiesta parecía haber comenzado. Le agregué más agua al fernet. La soda me hace eructar mientras canto, así que la evito a toda costa y es fernet y agua mineral el mitigante placebo que sorbo con juicio. Me cuido de que el calor y la ansiedad no me carguen demasiado de líquido.
Mi compañera me ha elegido para esta noche un atuendo especial. Un mameluco blanco recién traído de Brasil. Skay se prueba frente al espejo su sombrero de cowboy. Poli se lo ladea para un lado y Skay lo vuelve a enderezar. Al final Poli le ata un pañuelo rojo a modo de vincha.
Es hora de salir a escena, miro los lienzos pintados por el Mono iluminado por los reflectores y me gustaría ver como se ven de frente con todo este marco de público. Las bandas aúllan. Nos reímos de los cantitos maliciosos de la popular contra los de la platea y nos conmovemos con ese trino ensordecedor que ofrendan emocionados, algo así como :Ya lo veo/ ya lo veo / esto es para Luca/ que lo mira desde el cielo. Mientras camino hacia el escenario pienso en las casi tres mil personas que colman el estadio y en los tantos que lo harán mañana. Siento como ese crecimiento de la gente se nota en mi piel a cada estremecimiento. Siento que buena parte de ellos comienzan a habitar la pensión de paredes humedecidas que de ahora en más tiene lugar en amplios sectores de mi corazón.

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