2008/11/24

Viejos amigos platenses

Antes de volver a Capital a seguir pergeñando y contruyendo los ardides que hacen posible el trip de los Redonditos y que se ha convertido en este plazo de tiempo en una constante obseción tanto para mí como para Skay me permití tomarme un tiempo para ir a visitar a mi viejo amigo Black y a su mujer, a su exótico y cálido reducto en las afueras de Berisso. Como siempre fui recibido con el afecto imperecedero de la pareja, abrazos, silencio expectante y viejos códigos de eternos conspiradores ascendieron desde el fondo añejo de nuestras personalidades. En seguida los puse en aviso de que solo me quedaba por un par de horas más cuando observé que Black sospechando que me podría quedar a dormir le preguntaba a Sarita si había en el desván algunas mantas disponibles.
Estuvimos unas horas atragantandonos con ese increíble blanco patero que su hermano sabe traer desde la Isla Paulino y desde que conozco a Black no ha faltado nunca en su despensa. Maravillosos recuerdos de juventud comenzaron a surgir desde la lámpara- damajuana del genio de la costa. Te acordás cuando en tu casa preparabamos los planos para el golpe al Nación. Su mujer que para esa época por ser casi una niña no era de la partida nos preguntó si tan prematuramente nos pensabamos llenar de dinero o es que acaso no eran dos druidas de la laberíntica bohemia como tantas veces me contaron. No le contestó Black con una euforia traída de otra época y disipandole a Sarita cualquier duda acerca de nuestros desvelos juveniles. El dinero iba a ser destinado a viajar a California para traer el mejor LSD , el cual derramaríamos en el centro proveedor de agua de La Plata con el objetivo claro y preciso de descubrirles las verdaderas puertas de la percepción a toda la ciudad. A Black se le abrían desorbitados sus achinados ojos negros y su voz tallaba el aire con el ímpetu de quién todavía es capaz de llevar a cabo semejante empresa. Luego le tocó el turno a otro episodio, creo que el preferido de Black, cuando en el fondo de mi casa le puso el filo de su navaja en el cuello al falso emisario de Silo que nos quiso acostar con un bagullo de punto rojo y además llevarnos de prepo el mimeógrafo donde imprimíamos los volantes clandestinos. Todo esto ante la mirada atónita de un Federico Moura que estaba a punto de desmayarse. El de Virus preguntó Sarita. Sí, Federico el de Virus le respondimos los dos a coros y en el tono de esa respuesta en su lustre luctuoso nada más, ciframos Black y yo todo el dolor y el desconcierto de la muerte prematura de los viejos conocidos como si en los últimos años una mano siniestra con cruel selección estuviera quitando las piezas del tablero.
Black se pone grave como si no terminara de reflexionar hacia donde nos conducían todas aquellas experiencias juveniles. Sus ojos se endurecen y se vuelven a orientalizar hasta quedar todo párpado, persiguiendo en esa suerte de ceguera, igual que si se arrancara los ojos para pensar, una respuesta que sabe no hallará nunca ni tan a mano ni tan certera.
Sarita nos conduce por un pasillo entre bastidores apoyados contra la pared y tarros de oleos diseminados de una punta a la otra a una salita donde se encuentran los trabajos de Black y también los elaborados por ella. Me fascinan los trabajos de ambos, los de ella indigenistas y delicados, transparencias a lo Paul Klee para retratar a Don Juan Matus rodeado de pumas, cactus y mapas de México incendiados con la brasa de un auténtico baciao. Black acompaña con mirada atenta sus propias obras, me dice que está trabajando en una serie autobiográfica donde yo estoy a punto de aparecer como parte de una enigmática saga , me lo comenta mientras contemplamos a un joven Black nimbado de profusas ensoñaciones eróticas, entre lúbricas ubres y pelambres sensuales que se derraman desde un cielo rojo. Nos despedimos con un fuerte abrazo y con la promesa de volver a encontrarnos pronto.

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