2009/01/05

Coro ancestral de vieja tribu.

Volvemos a Libertador. Ya saldamos la cuenta de los daños ocasionados a fines del año pasado. Después de tantas idas y vueltas con el tema Obras, primero la historieta de nuestra negativa de tocar allí, lo que dio lugar a que todo boludo suelto dentro de los medios periodísticos tuviera algo que decir al respecto y después el caótico show en la cancha de Hockey, volvemos a un lugar que pese a todo, me hace sentir cómodo. El recinto de Obras es un gran lugar para que toquen los Redondos, con un acceso relativamente fácil para que todos puedan llegar con bastante comodidad y que a la vez brinda garantías para sonar bien y tener un escenario y un espacio para el público a la altura de las circunstancias que nos estan aconteciendo. Indudablemente no podemos tocar más en Satisfacion y mucho menos en Cemento. Los pibes ya la tienen muy clara al respecto de esta situación, los únicos que siguen retobados con este tema son los vejetes mala onda, ya los conozco, se cual es su rollo. Su melancólica visión del mundo, una versión cocaínica y tanguera del insoportable “todo pasado fue mejor”. Hace poco estuve con la Oruga, al papirulo no se le ocurrió nada mejor que preguntarme si no era el momento de hacer volver Symns o el Mufercho con sus monólogos y al Doce repartiendo los bocaditos, me bajoneó tanto su rebuscada nostalgia que me quedé sin voz para contestarle.
La noche fue redonda a pleno. Sentí cada uno de los temas que tocamos como piezas vertiginosas de una obra teatral. Con Skay decidimos que iba a ser una buena idea incluir varios de los temas que no hemos grabado aún y que ya han pasado entre los chicos a la categoría sagrada de inéditos. Piezas de culto que contienen un poder especial para ellos y que elevan el show a pura fuerza de emotividad. Tocamos El Regreso de Mao, Mi Genio Amor, Rock de las abejas y Pura Suerte. También presentamos una versión medio reggae de Semen Up que nos gusta mucho tanto a Skay como a mí.
Siento como cada vez me apasiono y me transformo más sobre el escenario brindando todo mi cuerpo al show. Hace unos días leí una nota , en la revista 13/20, una publicación con target adolescente pero donde colaboran jóvenes y sólidos periodistas de espectáculos, comentando nuestra actuación en Obras firmada por un tal Andrade donde hablaba entre otras cosas de mi charmé escénico, de mi poderosa forma de apoderarme del escenario llenándolo de signos que refuerzan, de actitudes que sugieren y de un abanico muy amplio de guiños complices que le dan el acabado final al múltiple e inasible sentido de las canciones. Sin lugar a dudas es así. Siempre sentí un enorme caudal actoral autosugerido por mis propias letras y por la música que ejecutamos cada vez que me subo al escenario, pero más que en ningún momento de la historia de la banda creo que es la hora de tirar toda la carne al asador, el momento oportuno de jugarse por completo en pos de que los Redonditos como sospecho alcancen a dar todo ese tesoro que desde sus inicios se acumula en sus arcas y del que Skay y yo hemos sido y somos sus más celosos guardianes, que frialdad pelandruna, que mezquindad racional podría inhibirme para no sacar todo de mí, para no abrir las bodegas de nuestra nave corsaria y ofrendarles a todos los redonditos el gran tesoro del rockanrroll, todo ese cúmulo de experiencia no ordinarias, de encantos marginales que han tomado forma de canción. Estamos obligados más que nunca a ser generosos. El sábado mientras hacíamos la Parabellum sentí como poco a poco comenzaba a desdoblarme, a perder el peso de la carne que no se ausentaba pero que sí dejaba de ser el sujeto de mi corporeidad, a perder la forma humana para salirme casi por completo de mi cuerpo y ser voz en otros, coro ancestral de vieja tribu llegando a conformar una energía de ida y vuelta que se esta convirtiendo en una muy buena costumbre, un entendimiento mutuo con la gente que fortalece y reafirma eso que siempre hemos dicho de que los Redonditos son tanto la banda que suena sobre el escenario como todas las almitas que amenizan su existencia en los shows. Se me eriza la piel y sobreviene un calor interno, pura humanidad latiente que fricciona cada uno de mis huesos y que da por tierra con toda presunción de helado freak paralizado en el vértice de una victoria individual y calculada, eso que tanto temo y que tanto daño podría hacerme si me dejara llevar por la parte más mezquina de esta tormenta ascendente. Trato de bajar del cielo de las intensidades y autoconvocarme en un contrapanteón pensándome urbano y terrenal, irónico cronista escapado de un diario amarillista en plena madrugada, un ser canallesco y looser para equilibrar un poco la cosa para no sentirme el gran chamán dispuesto a devorar toda la angustia y el dolor para conjurar desde su posición de dios moderno todas las cuitas terrenales y metafísicas. Comienzo a comprender ciertas muertes ciertos desdichados destinos que tuvieron lugar en el mundo del rock.

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