2009/02/04

Cobain

Como un explorador estiro sobre la mesa un mapa de los Estados Unidos. Busco con el dedo la Costa Oeste, subo desde el norte de México, atravieso California y no es sino llegando al límite con Canadá que me topo con el estado de Seattle. Un punto casi perdido en el extremo superior izquierdo del mapa yanqui. No es de mi entero agrado lo que musicalmente sucede en esa ciudad pero tampoco, como obseso viajante de la cultura rock, me es ajeno.
La movida de Seattle, de eso hablan compulsivamente las revistas, los programas de radio y tv. Grunge. Nirvana. Nada que no hayan hecho ya los ingleses de Joy Division o el cazador de búfalos Neil Young, nada que no haya escuchado Luca en algún tugurio de Brixton haya por los setenta. Un punk más aceitado, igual de rabioso que el de los Sex Pistols pero con pinceladas bucólicas que enrarecen de buena forma cada una de las canciones. Acabo de escuchar Nevermind de Nirvana, el disco que según los críticos simboliza anticipadamente esta década marcada de antemano con una fuerte dosis de nihilismo bajas calorías. Kurt Cobain, su líder. De chico le gustaban los Beatles, algo de eso hay en sus canciones, esos alaridos revulsivos que emite en zonas estratégicas de la composición no le faltan el respeto a las líneas melódicas que desde Lennon & McCarney se han convertido en tradición de rock. Su cabello es rubio, lacio. Tiene la pinta de un ángel moribundo. En la nota que tengo sobre la mesa los antiguos amigos dicen que era un muchachito débil, un mantequita es la palabra que utilizan, que no resistía un vaso de cerveza sin que le diera casi instantáneamente un espasmo alcohólico. Aunque quiera aparentar cierta rudeza en la mirada y en la voz, es completo el halo de fragilidad que lo envuelve cosa que se hace más que notoria en cierto fragmentos lacrimosos de Nevermind. Vuelvo a escuchar “Smell Like Teen Spirit” y me detengo en la foto de la revista. Los ojos machacados por los impactos de bala de la heroína. Dos huevos cascados que miran su propia sombra moverse en un ecosistema interior devastado. Vuelco mi vaso de wisky sobre el mapa.

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