2009/02/04

El Patìn.

Nunca tuve problemas con este tema, siempre tengo a mano mis condiciones actorales para meterme en la piel del tipo de crooner que necesita la canción. Alguien podrá decir que la mayoría de los temas de los Redondos responden a un similar tenor dramático y que en realidad no es o no sería asunto demasiado complicado alinear el alma, ponerse en consonancia con las canciones para poder interpretarlas del mejor modo posible. No los contradigo para nada pero si les digo a todos lo que piensan de esta manera que pongo un esfuerzo especial y exclusivo en cada uno de los temas como si quisiera renovar o preservar la individualidad de cada universo compositivo que representan cada una de nuestras cancioncitas. Por eso me alejo con la excusa de ir eructando la Heineken para el lado de los sauces. Trato de sumergirme en el tema que vamos a grabar, intento que se adhiera a mi sensibilidad la cadencia necesaria para llevar a buen puerto la lírica que con anterioridad hemos diseñado, busco sobre todo un buen contubernio con esa lluvia acompasada de acordes de guitarra, con clara influencia Petty, que Skay ha grabado con exquisito pulso. Ahora vamos con El Patín, no?- me grita Gauvry desde adentro. Le hago un gesto afirmativo. “El Patín” es el nombre muletto de lo que definitivamente va a ser “Etiqueta negra”. Nos gusta buscarle nombre alternativos a las canciones, en general se las bautiza con el primer gesto intuitivo, la palabra o la frase que más resalta y que sirve para manejarnos con más comodidad en los ensayos o cuando de algún otro modo queremos hacer referencia a ella sin tener que trabarnos la lengua. Todo esto hasta que tomo el desafío literario de registrarlas como un padre en el Registro Civil del Rocknroll allí donde decido que la niña no solo se llamará María, sino María de Todos los Desconsuelos del Alma . Desde los inicios forma parte de nuestra estética buscar un punto críptico desde el título. Me ha inspirado para esto más que la literatura para esta tarea, las revistas de historieta y el cine. Otra premisa inconciente pero premisa al fin es nunca titular con la obviedad salvo en el caso que quede bien o que no quede otra.
Creo estar a punto para cantar. Siento fibrilarmente los goznes interiores de Etiqueta negra, esas dos puertas que compartimentan el tema y que crean una doble dimensión de sentido. Se abren dos veces a lo largo de la canción una en ...dejó un billete que pide a gritos que los gasten... y otra sobre el final en ...no hubo caricias para su celo moro... Es que pese a ser animales de exclusivo formato lírico las canciones pasan muchas veces a ser, por conocerle uno todos los secretos, es decir todos los puntos de ensamble en donde se apoya, en artefactos no tan distintos a bombas o a licuadoras. Le quito con los dedos el trozo hielo al vaso de wisky para que el líquido demasiado frío no perturbe ni empañe los activos de mi garganta. Sorbo de un trago lo que ha quedado en el vaso solo para cantar con ese fantástico sabor a metal candente, como pedía Rimbaud, en la lengua. Prefiero, para esta ocasión cierta penumbra. La negra y Skay buscan una lona para tapar la claraboya del estudio. Sé que dentro de unos minutos cuando Gauvry me muestre la toma voy a estar desencantado con mi voz. Activo resortes internos para que el desencanto no sea tan grande.

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