2009/03/06

Los papis también (Carta de los chicos)

Esta vez, los dedos sobre la teclas del piano, no son, no es, el violento aguacero de Tom Waits evocando con su digitación apocalíptica la caída de la casa Usher, más bien son las manos de Peter Hamill urdiendo una delicada trama de contrapuntos lunáticos ,para sencillamente, romperle el orto al formato maistream de las canciones pop. Son dedos que piensan. Smartfingers. Manos en movimiento como mareas, intentando desajustar y ampliar el campo de lo posible.
“Al principio me parecieron una banda de rock como cualquiera. Debo confesarlo. Manal y la Pesada de Billy Bond no tenían nada que envidiarles a estos “capos” como los llamaba Gonzalo. Mientras escuchaba Bang Bang ( ahora “me sé” todo) observé como mi hijo, utilizando ansiosas técnicas de patchwork empapelaba toda su habitación con las extrañas fotos de un cantante calvo y un guitarrista con sombrero de cowboy y gafas ahumadas. Teniendo en cuenta la variación en el consumo cultural por parte de los adolescentes, tenía mucha razón en pensar que era una moda pasajera. Una devoción efímera condenada a ser desplazada en cualquier momento por cualquier otra cosa. En cuestión de poco tiempo, pensé, el pelado y el cowboy serían remplazados por un negro con aro en la nariz o una vieja con pelo violeta. Pero esto tardaba en suceder, todas las noches entraba a la pieza de Gonzalo con la firme creencia que sí, que hoy ya no estarían esos tipos en los posters. Pero me equivoqué, no solo no bajaron nunca de las paredes sino que el pelado se hizo figura para instalarse insoslayable ahora también en la remera de mi hijo y en la de sus amigos. Comencé a estirar más la oreja, a prestar mucha atención cuando Gonzalo ponía a “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota”. Como todo pelotudo iniciatico, en ese primer momento (¿qué dudas cabían?), Patricio Rey fue el pelado. No había dudas al respecto. Tanto que ni siquiera lo pregunté. Mis primeras impresiones acerca del cantante no fueron las mejores diría, no quiero decir que me alarmé, pero sus poses exacerbadas, sus ceños fruncidos y cierto halo mesiánico, me traían a la memoria algunas cosas de los skinhead que había visto hace unos años en Europa. Cuando unía el impacto de esta impresión al nombre de la banda, era ese el momento en que me autodesacreditaba y me cagaba de risa de mi mismo. Ningún neonazi tiene el sentido del humor necesario para autodenominarse Redonditos de Ricota. Utilizando las expresiones de Gonzalo y sus amigos, el nombre de la banda, me volaba la cabeza. Creo que ni a los mejores Lhe Luthiers ni al más inspirado Leo Masliah, se les hubiera ocurrido tal nombre. El momento cumbre, creo yo, de mi fervorosa adhesión militante a los Redondos, fue cuando ingresé a su pieza para avisarle que se acerquen a la tele para ver al subcomandante Marcos dando una charla sobre los últimos sucesos en Chiapas, ahí vi a Gonzalo trepado al ropero terminando de colgar un enorme lienzo negro sobre una de las paredes de la habitación. La tela olía a pinturas frescas. Sentados sobre el respaldo de la cama Toby y el Chino miraban con la solemnidad que solo se tiene al ver izarse un pabellón de guerra sobre el campo de batalla. Los dedos manchados de Toby daban cuenta de que había sido él “el Artista”. Gonzalo me miraba desde lo alto del ropero con el rostro endurecido, su brazo sosteniendo el extremo del lienzo negro más su rostro cincelado por rasgos futuristas parecían recortarlo en los que sería un cartel propagandístico de los republicanos durante la guerra Civil Española. Homenaje a Durruty, quise leer impreso sobre sus rodillas pero los rostros y los colores del lienzo se empezaron a intensificar hasta brindarme una de las más bellas emociones de las que yo tenga memoria. Enseguida se manifestaron los ecos sagrados de la ideología. El Pueblo y la Revolución otra vez como hacía años acudieron a mi cuerpo, llenaron cada uno de mis poros hasta hacerme sentir ese mismo estremecimiento que experimenté la noche en que cumplía dieciocho años y ,extrañamente para algunos pero muy cierto para mí, leyendo “Los tres mosqueteros”, “inoculado por el virus del honor” abrazaba para siempre las causas del socialismo. Miré a Gonzalo, a Toby ,al Chino como miraban extasiados aquello que era mucho más que la tapa de un disco, ¿Qué representaría para ellos me pregunté doscientas mil veces aquella y muchas noches más? ¿Qué representaba para mí? Demasiadas cosas, demasiados nombres, demasiada nostalgia y muerte, demasiado heroísmo y dolor. Toda esta representación no tenía un estado claro, no podía tenerlo, se resumía en una taquicardia espesa que mandaba sangre en demasía a todos los rincones del cuerpo haciendo que me sintiera un loco a punto de incendiarme. Pasado este momento pensé en los últimos años, pensé en el fin de la Unión Soviética en la caída del Muro de Berlín y en Fukuyama y su teoría del fin de la Historia. Por fin y frivolizando un poco la situación, creo, mientras abrazaba a Gonzalo al Chino y a Toby, pensé en una frase de Borges, “solo un gentleman puede abocarse a causas perdidas”. Esa tarde noche hablé con los chicos de Einsestein, de Bahía de Cochinos, de Bob Dylan, de Zitarrrosa y de Stalin. Terminamos comiendo un asado que les preparé y excitado por las damajuanas terminé cantando “Vamos las Bandas” parado en la mesita del patio ante las risas inagotables de los chicos. Desde ese día los pibes me consideraron un redondito más de la barra, para ello me metí a fondo con los discos, a estudiarlos casi, aparte todos mis discos de jazz, de bossa nova y de música contemporánea para deleitarme con los Redondos. Debo confesarlo. El rock siempre me pareció una música pobre, hija bastarda del jazz y de la cultura yanqui, incapaz de vehiculizar de justa manera toda la riqueza que la música contiene. Pero los Redondos, Los Redondos. Uno no tarda mucho tiempo en darse cuenta que el rock es un mero soporte o mejor dicho las mejores aguas de donde salen a flote los restos de ese naufragio incandescente de imagen y pensamiento que son los extraordinarios poemas del Indio. Aparte de la música mi otra gran pasión es la literatura, la poesía en especial, creó al menos una vez haber leído a todos los poetas famosos desde Homero a los contemporáneos y el Indio es bueno, pero bueno en serio, esto les comentaba los chicos la última vez que comimos unos choris en el patio de casa, les preste libros de Raúl Gonzalez Tuñon, de Nicolás Olivari, De Carlos de la Púa, así también como Henry Michaux , Jacques Prevert, Ernesto Cardenal para que vayan viendo de donde viene la mano, Gonza y sus amigos son bastante ariscos a los libros pero me di cuenta que para meterse en la poesía del Indio leen algunas de las cosas que les doy. Ellos en contrapartida, a pedido clamoroso mío, me traen cada una de las notas que el Indio concede a los medios, no solo las nuevas sino las viejas, que suelen encontrar en los locales de revistas usadas.
Solari tiene mi edad, le llevo apenas un año. Cuando leo sus notas hay momentos en que me veo reflejado claramente en sus palabras, sobre todo en su tono crítico y en esa especie de verbalización con tensión militante. Aunque muchas cosas nos separan – yo no leí casi a los beatniks, yo creí fervientemente en la revolución socialista en la Argentina de los 70, siento que somos parte de una misma generación Me gusta que sea junto a Skay uno de los “guías” de mi hijo y sus amigos. Me gusta que me amenacen con ese peligro.

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