2009/03/06

Los rumores de la bestia

Lo veo a Skay más iluminado que nunca. Un torrente de destello se vacía desde su cabeza a sus pies. Siento a cada instante el eco de sus vibraciones como ramalazos de genialidad musical que confluyen en el encordado de su guitarra. Muchas veces me he preguntado en el nicho ardiente de mis desvelos si los Redonditos, si Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota hubiesen sido posibles sin el bueno de Skay Beilinson al comando de la primera ametralladora de magia de esta orquesta antibalas. Me cuesta nada imaginar un puesta sin él. Me subo al escenario miro hacia los costados y pruebo mentalmente a otros violeros, algunos quizás más dotados técnicamente (no muchos) y no logro por nada del mundo que encajen en la maquinaria decisiva que finalmente hemos compuesto. Definitivamente no hubiese sido posible construir con alguien que no fuese Skay esta catedral de contextura bizarra y a la vez de tramado heroico, que son los Redondos. Si bien mis ladridos de cancerbero y mis letras encriptadas son la marca, el sello más particular que la banda a adquirido a través del tiempo, no puedo negar, aunque quisiera, que la locomotividad expresiva del sonido que ha recreado Skay con su encordado, su brillo inigualable de Hendrix rioplatense, su carisma y su estampa irremplazable sobre el escenario conforman la otra columna donde de asienta la esfinge de Patricio rey.
Ayer – preso de una nueva urgencia creadora- invertimos un poco el sistema compositivo que veníamos empleando con éxito durante los últimos años. Sin decir agua va, le arrojé la granada picante de un texto bastante largo, una suerte de cuento fabuloso, lejano en el estilo y la concepción a los que he venido escribiendo para el Delito Americano. Quería ver que le sugería, en primera intención. Le dije, sin más, sin imponerle tiempos y sin condicionarlo bajo ningún otro cepo que el de la propia literatura, que quería la banda de sonido para esa película. Así lo denominé. Como pasaron varios ensayos sin que traiga nada, pensé que había desistido de tal operación. En ningún momento le recordé la situación creyendo que lo volvería a poner en un aprieto pero esta tarde en la sala de ensayos apareció con la cosa en sus manos. Me volví loco y una ansiedad voraz comenzó a cortajearme con su estilete de nervios. Con la forma de un cassette transparente, etiquetado con fibra negra bajo la denominación de –La velocidad del diablo. Anhelo y perdición- me entregó el encargue.
Recordaba mi texto casi de memoria y estaba seguro que no eran mías las palabras escritas con fibra negra sobre el cassette. Esta forma de darle sus propios nombres a las canciones son mensajes cifrados de Skay, delicadezas ponzoñosas que suele tener para conmigo y para con el espíritu de la banda, el eco de un diálogo poético que suele entablar no solo desde lo musical sino también que trasciende al orbe misterioso de la lírica. Así que me quedé en un rincón de la sala con los auriculares puestos escuchando una y otra vez la obrita de Skay mientras los demás chicos intentaban darle algunos toques de color a la remozada versión del Blues de la libertad. En la segunda escucha advertí la presencia de un overdriver o bien de otro instrumento pregrabado sobre la guitarra. Inmensas gotas de lluvia cayendo sobre un charco de titanio líquido inaguraban el comienzo del tema, gotas que promovían una densa hipnosis demoledora. Luego la pieza comenzaba a desplegarse en la intimidad de su propio cuerpo con los movimientos enrarecidos de un insecto, un bicharraco gigante que se despereza y muestra su vientre iluminado. Ciempiés y luciérnaga a la vez pero del tamaño de una ballena. Así lo sentí. Así fue la fuerza que presentí mientras se desplegaba una y otra vez esa aleación de alas. Fui hasta la pieza a buscar mi cuaderno. Subí el volumen del equipo y empecé a canturrear una melodía arrastrada sobre el lomo del bicho alucinante creado por el cerebro musical de Skay. La cosa proseguía densa y arrastrada. De pronto descubrí que debía colocarle unos agudos para señalar la luminosidad del vientre del insecto. Rebobiné el cassette y me dispuse a probar con palabras. Me estremecí cuando de mi boca salió la frase: “En el año de la fiebre por destino del Señor”.

1 comentario:

tano07 dijo...

Que bueno esto, aunque estoy un poco desconcertado, por el titulo del blog,por lo de"...apócrifo.." yo lo leo como si fuera real.Bueno en el momento que estoy leyendo para mí es real, por lo menos mi mente me dice eso en ese momento y me olbido de lo de "apócrifo".Exelente relato, te transporta a la cocina de estos gurmettes poeticos y musicales preparando sus manjares,únicos e irrepetible, para deleitar nuestros paladares. Seguramente no hubiese sido lo que son Los Redondos sin Skay, sin Rocambole, bueno no los voy a nombrar a todos, ovbio sin el Indio y todo lo que andubo boyando a su alrrededor, son los ingredientes fundamentales de este banquete de sonido y poesia que tanto nos gusta y conmueve.

Un abrazo.

pd, perdón por las faltas de ortografía, pero no soy de escribir.