2009/03/06

Rumbo a Fort Lauderle

Tarde de grabación en El Pie. Mario Breuer fue la víctima otra vez de mis putas obsesiones. En un momento cuando me había transformado en un maremoto monolítico de pequeñas observaciones, el rostro apesadumbrado de Mario me hizo acordar al de Gauvry cuando grabamos Bang Bang. El mismo ceño fruncido, que no denotaba agudeza en lo que estaba realizando sino desesperación. Los mismos ojos inconsolables. También pude con la experiencia de Mario. Después de grabar la toma de mi voz Mario me pasa los auriculares. Hay comienzan los problemas. ¿Cuántos cantantes en el mundo dudaran de su propia voz más que yo? Es insoportable verse los defectos. Uno mismo es su observador más perpicaz y jodido, que dudas caben acerca de esto. Henry Miller odiaba su prosa porque decía ver en ella, todos sus parches y remiendos, sus irremediables fisuras. Me consuelo pensando que todo creador lleva el karma de ser su más deletéreo crítico que pueda existir sobre la tierra. Personalmente, el punto más exasperante del asunto es precisamente cuando sobre el formidable entramado musical que han terminado de grabar los chicos entra mi voz enturbiando, ensuciando, la materia pura de la música, como si no tuviera nada que ver una cosa con la otra. Por suerte esto solo dura un rato. Su parte más virulenta dura un rato nomás. Después, la resignación de todos los que lamentablemente no somos ni Sinatra, ni Plant. Luego lo que pareciera un placebo de tontos pero que contiene una gran verdad, el humilde consuelo de que los cantantes de música popular necesitamos esa voz partida y tabacal, más en el caso de un rocker de corner como yo. Mientras tanto, mientras todo este proceso es apenas el inicio de un devenir en mi cabeza, Mario se vuelve loco atendiendo a mis requerimientos. No queda palanca ni botón de la consola que no haya tocado. Me mira con una mezcla de “porquenotevasalamierda” y “yalovamosarreglar”. Para colmo en el momento que yo considero de mayor tensión me pregunta como se llama el tema que estamos grabando. “Nuatattori Professionisti” le digo y no entiende nada. Probamos una vez más mientras me fumo el tercer pucho al hilo. Nos quedamos en silencio y no encuentro otra forma de salir de la situación que yéndome a refrescar al baño.
Cuando vuelvo, Mario apoyado en el marco de la puerta, me dice terminante- Nos vamos a Fort Lauderle, lo vamos a terminar de grabar allá.

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