2009/04/01

El archivo BONDI

Es raro verlo a Rocambole trabajar en una PC. Su cuerpo y su carácter tienen más que ver con la rudeza de una herrería que con las imágenes virtuales que tiene aprisionadas en su ordenador. Trata a la máquina con algo más que desprecio. Sus dedos de artista plástico encuentran en el teclado más obstáculos que una carrera de vallas. Creo que está a poco de accionarla a puñetazos. Se levanta a cada rato de su silla. Me transmite su misma ansiedad. Me dice que busque el archivo BONDI mientras se fuga hacia la cocina, en busca de algo para beber. Me sitúo con el mouse sobre el archivo BONDI y espero que regrese antes de hacer doble click. Me mira manipular el mouse y me dice que solo un yanqui de mierda pudo inventar un aparatito tan puto, tan lejano a la lógica del trazado de una línea. Me río y espero cada vez más ansioso que abra el archivo. Pero se demora introduce el pico de la botella en el vaso e intenta que la Quilmes bock no haga mucha espuma. Me extiende el vaso y con la base de su propio vaso le pega a la tecla enter derramando un poco de cerveza sobre las teclas.
De a poco veo como se van formando las imágenes, son pocos segundos pero a mi me parecen una eternidad. Ya se terminaron de configurar los cinco muñequitos en el centro de la pantalla. Mi cabeza es ovalada y mi nariz muy ancha. No tardo en darme cuenta que esta distorsión es parte del juego del Mono que nos ha situado detrás del grueso vidrio de un ojo de buey.
Por primera vez aparecemos en la tapa de un disco. Digo nuestras figuras, nuestras caras. De Skay sobresalen sobre todo su vincha roja y unas enormes gafas negras, el efecto distorsionador del ojo de buey le da sobre el mentón, estirándoselo. Rocambole me explica de qué modo logró esa magia cibernética.
Como siempre, como cada vez que se ha propuesto interpretar gráficamente nuestras canciones, el Mono ha vuelto ha captar la idea del disco. Ya no me tengo que preocupar demasiado. Rocambole siempre cumple con creces. El otro día, mientras hablábamos por teléfono, estuvo a punto de cortarme. Yo le explicaba con mucho entusiasmo lo de los audio games. Me dijo que no me gaste y que deje todo ese papo verbal para los periodistas.
El Mono trata de ampliar la pantalla. Quiere que observe bien nuestras logradas caricaturas de aires futuristas. La pantalla se adentra en sí misma hasta ir perdiendo poco a poco el foco de la totalidad. Incursionamos en detalles. Con el mouse puedo recorrer la parte que quiero. Amplío sobre mi rostro y Rocambole me dice entre risas que tal veo al nuevo novio de Barbie. Dice que no va a faltar el truhán que fabrique los muñequitos y que como los Simpson comencemos a pender de los llaveros. La idea me desagrada.
Y, serán pequeños monumentos pop- me dice con absoluta seriedad.
Bueno ahora te tengo que mostrar el packacing, el bondi virtual donde van enlatados. Sus dedos gordos otra vez se enredan tratando de saltar a otro archivo. El Mono refunfuña contra los irritantes avatares de la tecnología, mientras tanto veo que selecciona el archivo NAVE y se dispone de un momento a otro a abrirlo. La pantalla se colma de concavidades azules y grises. Enfoco bien la vista tratando de descubrir la arquitectura del transporte. Veo una especie de gigantesco reloj ultramoderno. Imagino que quedaremos enfrascados detrás de ese vidrio. La “nave” no tiene mucho que ver con la idea de ómnibus, más bien se parece al Nautilus, el legendario submarino en el que Verne hizo tribular al Capitán Nemo por todos los mares del mundo financiando rebeliones. El bicho es copado. Me gusta que no sea una versión para nada fiel del artefacto con que viajamos a Salta. Las ideas se van acomodando. Siempre me va a sorprender que dos o tres tipos con ideas tan particularmente independientes confluyan en una obra tan homogénea.
Sobre el marco del ojo de buey con letras tridimensionales el Mono ha escrito el nombre de la banda.
Me pregunta si estamos dispuestos a hacer una buena caja. Comprendo enseguida su idea.
Me parece que da para gastar unos chelines más y darle a los pibes , otra cosa, no el simple envoltorio de un disco.
Me apresuro a ser yo el que cierre la idea y le digo que sería muy bueno que pibes de lugares marginados tengan a su alcance un objeto de arte. El Mono asiente con la cabeza. No voy a negar que por un instante me siento un miserable al tratar de suplir con un cuadrito de mierda un sinfín de necesidades. Me contengo enseguida. Se que para nada esa es la idea. Gastarse unas rupias en un buen envase es un mimo que les hacemos a los chicos. Nada más que eso. Rocambole me tira números, me habla de distintos tipos de cartón, de densidad, de impresión tridimensonal. Le digo que vaya pensando en algo grosso sin escatimar gastos.
Nos relajamos bebiendo lo que queda de la cerveza y fumando un habano. El Mono pone los pies sobre la mesa se recuesta hacia atrás y larga enormes volutas de tabaco cubano. Miles Davies no ha dejado de soplar su trompeta desde que llegamos. Me hace sentir como siempre que lo escucho suspendido en un denso colchón musical. Una alfombra mágica.
Nuestras caricaturas, observo en la pantalla, se han ensamblado con la nave, ya estamos dentro. Skay, yo y todos los demás. Voy pensando en informarle al Mono que quiero una animación, con los mismos muñecos. La quiero para cuando presentemos el disco, para proyectarla en pantalla gigante.

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