2009/04/01

A la sombra de los dramas musicales

Después de lo que creí una batalla con Skay. Una pulseada por imponer, cada uno por su lado, nuestras porfías musicales. Siento que el rumbo se ha definido, y que en realidad nunca nos enfrentamos, solo fue un espejismo, un coleteo de pescado de mi paranoia. Skay nunca puso palos en la rueda a nada de lo que he propuesto. El exhibicionismo desenfadado de rocknroll que mostró hace unos días en Luzbola no es otra cosa que sus más sinceras palabras. Comprendió que solo voy a usar las máquinas para crear nuevas texturas, nuevos acolchados donde apoltronar las letras y la música de siempre. Se sacó de la cabeza que los Redondos se podían convertir en Krafwter.
Acomodo mis papeles, los viejos escritos de El Delito Americano y otros que sobreviven en cuadernos y papeles sueltos. En uno de los rincones de Luzbola, convertido ahora en mi auténtico bunker, he colocado una PC donde poco a poco voy volcando mis escritos. Cuando me aburro de pasarlos, me dedico ha pelotudear con el Corel Draw, me alucina la inmensa gama de posibilidades técnicas para dibujar que tiene este programa. Me siento bien en el corazón del bunker, mi soledad se llena con la magia tecnológica de todos estos prolongadores de mis instintos creativos. Hace algún tiempo, -un tiempo que veo cada vez más lejano- me gustaba buscar inspiración, componer y escribir con el traqueteo del tren de fondo. En el trayecto Ramos-Once, Once-Ramos he accedido a los más profundos recovecos de la creación. El murmullo de la gente, el rodar de las ruedas del tren eran la mejor música de fondo para mi inspiración. Claro que hace 15 o 20 años de esto. El sistema perceptivo se modifica, como una suerte de Proust porteño, necesito mi habitación insonorizada, las traqueteadas válvulas de mi andamiaje compositivo se desbalancean a la intemperie. Fueron muchos los años en la agitada noche, sus profundos olores, sus brillantes pestes y sus misterios aún permanecen en mí. De cualquier quarter de la memoria rescato una viñeta de realismo sucio o de alta bohemia. Sólo arponear el aparato sensible, esa gata en celo que es la memoria, para que surjan a chorros la escenificación de miles de recuerdos del vértigo. Después solo me queda vestirlos de palabras. Piso la alfombra azul del estudio, hundo mis pies como en un pantano acogedor. Ciertas comodidades, ciertas prodigalidades del confort son como caricias para los espíritus ajetreados. Me paseo como un Proust vehemente buscando otra vez el amarradero donde se esconden las historias, esos cuadritos de cómics o rastros de prosa carcomidas que darán vida a mis nuevos dramas musicales.

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