2009/05/02

Buena parte del universo, aquí en Leloir

Esta mañana me sumergí entre las cuatro espesas paredes de Luzbola. El encanto de la soledad. Un calorcito excitante bajaba lentamente de mi pecho y me decía- no exento de ironía- que tal vez sea este el estado ideal para manejarse y estar en verdadero contacto con el mundo. No puedo negar que he podido abastecerme de buena parte del universo solo, aquí, al lado de mis sombras. Podría decir que puedo saciar el hambre de mi alma caníbal sin demasiada gente alrededor. Solo dos o tres de mis fantasmas. Heterónimos del diablo. Mis libros, mi ordenador, mi música, el arrullo despiadado de mi pensamiento, llegan efectivamente a colmarme. Puedo yo, una excéntrica figura del rocanroll vivir en una ermita posmoderna. ¿Son estas cosas afirmaciones o cuestionamientos velados? No parten de mí estas preguntas, seguro que no. No de mi necesidad existencial de esclarecerme sino que vienen a cuento de aquello que dicen de mí, de los que me tratan de tipo raro encerrado en su mansión, con una mínima porción de vida expuesta a la realidad exterior.
Mi mente está tranquila, toda mi vida me ha parecido bastante normal. Esta geografía de introspección, esta vastedad mínima. No tengo el pulso desacelerado de un monje de clausura como algunos pretenden hacerme creer. En cada rincón de mis divagues, en cada acto creativo, en cada exabrupto o en cada porción de placer se derrama buena parte mi sangre acalorada. En soledad, vivo la ambientación imperfecta de mis intensidades.
El humo del café dibuja raros cachalotes de vapor en el aire. Los miro con detenimiento como se disuelven antes de ascender al techo de Luzbola. Siento los nutrientes de cada acorde de la cítara, cada nota que ese hindú que desconozco pulsa para mis oídos desde el holograma digitalizado de las máquinas. Cada parte de mi cuerpo se reconstituye al son imperturbable de la cítara. Subo el volumen hasta sentir que la música se convierte en la espesa codificación de una presencia vital. Los cascabeles arrastrados y un instrumento de percusión que trato de encontrar en el booket del CD más el peso ultraliviano de las cítaras ya han tomado vuelo igual que si se convirtieran en un boleto inmediato para mi mente y me arrojan de un momento otro a los pies de la populosa Calcuta.
¿Quién puede llamarle a esto soledad? Son miles los hambreados hindúes que piden limosna bajo mi piel, son millones de ecos sucesivos los que braman por Shiva.
¿Dónde está mi soledad, astuto periodista de rock?
Bebo el café apenas endulzado y me siento un viajero incansable de miles de trips mentales. Miro el reloj, Virginia no tardará en despertar.

3 comentarios:

Agustín Jerónimo Valle dijo...

Festejo como un gol haber hallado casualmente este blog.

Me intriga por qué se niega a Gulp.

g dijo...

somos dos...

Anónimo dijo...

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